Tardaron mucho en elegir su
nombre.
Pongámosle Santo, no mejor
Narciso, ¡ay!, estoy entre Primo o Perfecto.
Príncipe, ¿no te gusta?
Así, hasta ser Salvador.
Todo lo hacía bien. Año tras año.
Si se caía, los padres reñían
al suelo;
Si se equivocaba, era porque no
le habían explicado bien.
Si algo fallaba en la escuela, iba
pronto a otro colegio.
Si se cortaba, eran malos
los cuchillos.
Se pinchó y se acabaron los
rosales en la casa.
Más adelante pasaron más cosas.
Una novia lo dejó de querer y buscaron un abogado (que, ¡claro! inició un
expediente).
Una vez lo echaron del
trabajo, pero fue por la
globalización.
Se divorció luego de graves conflictos de pareja. La culpa era
de ella.
Le engatusó. Le engañó. Le hizo
creer lo que no era.
Salvador rompió su coche en
un bache. Claro, si a los coches los hacen cada vez más frágiles.
Salvador se quedó sin
amigos. Porque la gente no se quiere comprometer en relaciones profundas.
Salvador tiene problemas
pulmonares, pero no es por fumar, sino porque es genético.
Él es bárbaro, es exitoso,
porque siempre acierta, todo lo hace bien. Le pasó la corriente, pero la culpa
fue del enchufe.
Salvador, Salvador tiene un
solo defecto. Salvador es bajito.
Mide cincuenta centímetros, lo
mismo que al nacer.
Salvador
no creció.
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